Si para los futuristas, esos pintorescos personajes que irrumpen al final de los libros de historia del arte, la guerra era el instrumento higienizador del mundo para nosotros lo ha sido la piqueta. No hay nada que se le haya resistido. Todos los escenarios de nuestra vida, antes o después, son víctimas de su hierro. Pero, de entre todas las destrucciones que acomete, la más cruel es, seguramente, esa en la que se disfraza de embalsamadora del tiempo, de restauradora.
Para quienes somos sensibles a la belleza de la ruina, para quienes encontramos tanta belleza en la estatua antigua como en la extremidad perdida truncada por la incuria de los tiempos, la restauración es casi siempre algo doloroso.
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