domingo

Libro de san marcos de Crémer

“La primera vez que me sacaron de la Celdona para fusilarme –escribe Victoriano– en compañía de varios compañeros de destino, registré perfectamente los datos de la muerte: Nos habían colocado contra una de las tapias del patio, uno al lado del otro, formando un friso de silenciosos fantasmas, de acongojados pre-muertos. (...) Y ninguno de los condenados acertábamos a componer una queja. (...) Y sonó la descarga... Y fue entonces, en esa rapidísima porción de tiempo, que no es ni tiempo siquiera, desde que sonó la explosión de los fusiles hasta la muerte prevista, cuando se me proyectó la estampa completa, agitada, de mi vida (...) La tragicomedia había terminado. Nos volvían a las celdas como resucitados...”
Los presos van perdiendo su humanidad, van siendo despojados de los atributos de hombres. “Habíamos perdido para ellos y para nosotros toda personalidad. No éramos nada. Ni siquiera sabían qué hacer con nosotros. Nos sentíamos más que aterrorizados, anulados. Éramos culpables de algo que no entendíamos, pero que nos impulsaba, por instinto a la propia destrucción.” Emparejan estas reflexiones a Crémer con Primo Levi. Primo Levi relató con especial énfasis la recomendación que le hizo Steinlauf, un antiguo sargento del ejército austrohúngaro en la primera guerra mundial, confinado, como él, en Auschwitz. Primo confiesa que la higiene había desaparecido de su mente la primera semana de reclusión pero que Steinlauf le hizo ver que tenía que lavarse, peinarse, limpiarse los zapatos para no dar el consentimiento, por dignidad, para permanecer vivos, para no empezar a morir.
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