lunes
Cuando al escribir me arrastra lo autobiográfico suelo recordar aquel pasaje del Calígula de Camus en el que el enloquecido César obliga a unos patricios a participar en un improvisado concurso poético, tema: la muerte. Cuando el primero de ellos comienza al golpe del silbato del emperador se le oye decir: "Cuando yo era pequeño..." De inmediato pita, le interrumpe y con sumo desprecio Calígula grita: "¡Qué tendrá que ver la infancia de un idiota con la muerte!". Idiotas somos todos menos Calígula, claro, porque él persigue la luna, la quiere, pero no por ser luna sino por ser imposible el poseerla. Lo repite sin ambages: "He decidido llevar las cosas hasta sus últimas consecuencias". Ordena ejecutar a un adulador que asegura retóricamente e hipotéticamente dar su vida a cambio de la de César, y acaso no la merece aquel que es capaz de mentir sobre la salud de Cayo, este le brinda la posibilidad de ser "coherente". Cuando le recriminan sus asesinatos calcula que en su mandato ha evitado toda guerra con lo cual en términos absolutos ha sido mucho más benéfico que cualquier otro gobernante.
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