Una de las secuencias más cómicas y que más desapercibida pasa en la película El Gran Dictador es aquella en la que Chaplin, emulando los discursos de Hitler, dicta una carta a su secretaria. Cuando Hinkel habla mucho, grita y gesticula, la secretaria anota tres o cuatro palabras solamente que se deducen del breve ruido de la máquina de escribir, pero cuando el gran dictador murmulla una o dos cosas la secretaria escribe muchísimo. Al genio de Chaplin no se le escapaba la teatralidad que tenían los fascismos, con esa simple sátira nos habla del énfasis que vendría en aquellos tiempos a ocupar el sitio de la nietzscheana voluntad. Cuando Hitler o Mussolini agitaban a las masas con sus discursos apenas decían nada, todo era arrebol, afectación, prosopopeya, exageración y amplificación, un poco como en el cine mudo, que carente de palabras había de implementar los gestos.
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