Leídas las memorias de César González-Ruano. Interesantes pero pobrísimas. Frases memorables como esa de "total, que decidí no hacerme amigo de Picasso", que ahora siendo lo que Picasso ha sido resulta galácticamente ridícula. Tenía Baroja algunos apuntes parecidos sobre Picasso en sus memorias pero se salvan por biliosos e inesperados y de viejo misántropo. Graciosísima su hipocondría que le lleva a coger piso en el barrio del doctor Marañón. Pintoresco el retrato del gitano pintor parisino o su presidio en Cherche-midi por la gestapo que él achaca a su vida disoluta y no como dicen ahora por estafar a judíos que quería huír de los nazis.
Ruano parece muchas veces redomadamente idiota como una dama de esas películas viejas que lee su carnet de baile de gentes totalmente desconocidas sin sacarles brillo, ni jugo, ni pintarlos casi, con recordatorios de sus amigos y conocidos incluyendo monarcas en el exilio. Todo ello sin apenas interés literario, ni psicológico, ni político. No cuenta tampoco nada de él, sólo ciertos mareos y enfermedades inconcretas. Qué extraño y, luego, ese rizo estilístico que muchas veces empalaga. Leído también en tomo de necrológicas entiende uno a lo que lleva la literatura del día a día, relampaguea y se apaga. A escribir se aprende escribiendo pero no hay que pasarse.
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