domingo

LOS RATOS Y LOS DÍAS por Bruno Marcos


La vida mitigada. Tomás Sánchez Santiago. Eolas ediciones. 2015. 298. Págs. 15 €
 
Tomás Sánchez Santiago nos quiere engañar al ponernos en las manos un montón de notas escritas a diario y en ropa de casa -"sin mucho cincel" nos las describe él- diciendo que son literatura de poca monta porque lo que nos presenta, con humildad de experimentado orfebre, no es otra cosa que la vida, instante a instante, hecha letras y palabras y frases y párrafos, no con la pulsión del grafómano o del ególatra sino con el filtro de la literatura literaria.
Quien se acerca desprevenido a estos diarios cree que en cualquier momento podrá dejarlos porque nunca pasa nada en ellos, porque nos hablan de los ratos y los días, de lo que en realidad no cuenta, pero lo cierto es que el lector ocasional queda en una tela de araña que no se ve pero que atrapa. Y esta literatura de la intimidad triunfa precisamente en la intimidad, poniendo en conexión la del autor y la del lector.
Los grandes diarios suelen ser aquellos que no cuentan aventuras y muchos diaristas si no saben pasar de puntillas por los grandes acontecimientos de su tiempo naufragan a menudo. 
Hablar, como Sánchez Santiago, de una pareja de ancianos que ve pasear de la mano totalmente encorvados, derrotados de todo, es en realidad, con un susurro, hacer una colosal crítica a todo lo demás, un demoledor discurso contra todos los asuntos que parecen importar.
Muchos de los apuntes que Tomás toma en su libreta son notas de vagabundo, de diletante, reflexiones de trapero de la realidad y del tiempo que dibujan una ciudad distinta, la que sabemos que existe pero a la que no prestamos atención, una ciudad de soledades que se cruzan, una ciudad de esquinas desgastadas, poblada de aquellas barojianas 'vidas sombrías'.
El León de Tomás Sánchez Santiago lo reconocemos perfectamente cuando lo leemos aunque la mayoría hemos optado por no verlo para no deprimirnos, pero él lo mira y cada cosa que toca con sus letras ya no queda tan sola.
Rescata con su mirada los rincones más olvidados, las cosas que pasan más desapercibidas: un Papanoel a tamaño natural tirado en la basura, un solitario que, aferrado al móvil, se esfuerza en no le cuelguen, una descomunal pintada que pide poder llegar a final de mes, los obreros que, almorzando un bocadillo a media mañana, cuentan y escuchan 'El amor en los tiempos del cólera', los detalles de bondad como hitos desesperados contra la vida vaciada de todo, aquella pastelera que rellenaba los huecos de la bandeja con pasteles de balde a hurtadillas de su propio beneficio y del mandato general del egoísmo, las lilas que le trae un mecánico que ha sido alumno suyo con el coche arreglado. 
En muchos casos demasiado tierno, demasiado buenista -que diríamos los malos-, para un día a día como el nuestro, colmado de bofetadas de nihilismo y decepciones que nos abocan a una inevitable misantropía. Pero precisamente por eso escribir es una forma de resistir, quizá la última cosa con la que apasionarse uno sin parecer del todo ridículo, repitiendo, con el solo gesto de coger la pluma, aquello que en principio no estaba tan claro, que la vida merece la pena de ser vivida, y de ser escrita y de ser leída.

 (En Contexto Global)






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