(de La forja de un rebelde de Arturo Barea)
-A mí esto me parece un robo.
-Lo es -afirmó Córcoles-, un robo al Estado. -Y si no me da la gana robar, ¿qué pasa?
Córcoles me miró y se encogió de hombros. Se echó a reír, pero yo tenía la cara muy seria, y entonces se levantó y vino a mí; me cogió del brazo:
-Hace mucho calor aquí. Vente afuera conmigo.
Nos fuimos juntos y nos recostamos en el parapeto de piedra, que rezumaba humedad. El campo estaba en silencio, surcado de trazos de luna.
-¿Has hablado en serio?
-Sí. Esto es una porquería. Yo no he robado en mi vida y esto es robar.
-Mira: robar es quitar el dinero a alguien. Pero esto no es robar. ¿Quién es el Estado? Si robamos a alguien, es al Estado, y bastante nos roba él a nosotros. ¿Tú crees que un sargento con noventa pesetas al mes puede vivir? Y aun aquí, en Africa, con ciento cuarenta por estar en campaña, ¿se puede vivir? Tienes derecho a casarte. Cásate con veintiocho duros al mes y verás... -Se quedó mirando a lo lejos y luego siguió en voz muy baja-: Acércate. Aparte de todo esto, hay otra cosa. Esto es como si una máquina te coge una mano; después va el brazo y luego todo el cuerpo. Y no puedes escapar. Si no te prestas a robar para otros y para ti, te quitarán la plaza, te trasladarán después, te mandarán a donde revientes de hambre y corras el riesgo de un tiro a cada momento. Si se te ocurre hablar o protestar, hay medios más sencillos: te quitarán los galones de sargento por cualquier falta corregida y aumentada y hasta... -bajó mucho más la voz- un accidente puede ocurrirle a cualquiera. Todos los días hay «pacos» en el camino del Zoco. Ahora, piensa todas estas cosas. ¿Tú no has oído decir que cuando entramos en el cuartel hay un clavo en la puerta donde tenemos que colgar lo que llevamos de hombres? Luego -dijo pensativo-, cuando salimos, el que puede, recoge lo que queda.
-A mí esto me parece un robo.
-Lo es -afirmó Córcoles-, un robo al Estado. -Y si no me da la gana robar, ¿qué pasa?
Córcoles me miró y se encogió de hombros. Se echó a reír, pero yo tenía la cara muy seria, y entonces se levantó y vino a mí; me cogió del brazo:
-Hace mucho calor aquí. Vente afuera conmigo.
Nos fuimos juntos y nos recostamos en el parapeto de piedra, que rezumaba humedad. El campo estaba en silencio, surcado de trazos de luna.
-¿Has hablado en serio?
-Sí. Esto es una porquería. Yo no he robado en mi vida y esto es robar.
-Mira: robar es quitar el dinero a alguien. Pero esto no es robar. ¿Quién es el Estado? Si robamos a alguien, es al Estado, y bastante nos roba él a nosotros. ¿Tú crees que un sargento con noventa pesetas al mes puede vivir? Y aun aquí, en Africa, con ciento cuarenta por estar en campaña, ¿se puede vivir? Tienes derecho a casarte. Cásate con veintiocho duros al mes y verás... -Se quedó mirando a lo lejos y luego siguió en voz muy baja-: Acércate. Aparte de todo esto, hay otra cosa. Esto es como si una máquina te coge una mano; después va el brazo y luego todo el cuerpo. Y no puedes escapar. Si no te prestas a robar para otros y para ti, te quitarán la plaza, te trasladarán después, te mandarán a donde revientes de hambre y corras el riesgo de un tiro a cada momento. Si se te ocurre hablar o protestar, hay medios más sencillos: te quitarán los galones de sargento por cualquier falta corregida y aumentada y hasta... -bajó mucho más la voz- un accidente puede ocurrirle a cualquiera. Todos los días hay «pacos» en el camino del Zoco. Ahora, piensa todas estas cosas. ¿Tú no has oído decir que cuando entramos en el cuartel hay un clavo en la puerta donde tenemos que colgar lo que llevamos de hombres? Luego -dijo pensativo-, cuando salimos, el que puede, recoge lo que queda.
Volvimos a la tienda. El señor Pepe había reanudado la banca. Jugamos hasta las dos de la madrugada. Perdí todo. Nos acostamos en las camas puestas en radio, el palo de la tienda en medio, los fusiles recostados sobre él. Poco a poco iban roncando todos. El señor Pepe roncaba como un cerdo comiendo en una artesa de patatas cocidas con mucha agua. En mi cabeza daban vueltas los consejos de Córcoles, el viaje desde Ceuta a Hámara, el dinero perdido...
Corrían los primeros días del mes de junio de 1920.
Corrían los primeros días del mes de junio de 1920.
Enviado desde mi iPad
No hay comentarios:
Publicar un comentario