miércoles

Dakovika

manual de ultramarinos: Una novela por entregas: Capítulo 14

Bajamos desde El Albéitar al paseo de Papalaguinda por entre los pinos y los setos y las bolsas de plástico voladoras. Una de ellas se le plantó en la cara a Karenino que le dio un bocado mudo y se le llenó de babas. El rastro ya estaba maduro calentado por el sol de invierno. Los gitanos, enlutecidos de la vida que llevaban, gritaban su mercancía con la desgarrada vagancia de los que viven en las cunetas y en los solares. Caminamos diez o quince minutos detrás de Larsen que dudaba a qué anticuario ofrecer la vidriera. Al pasar frente al sitio de Frida Khalo Diego Rivera le gritó:
-¿Dónde vas con todos esos libros bajo el gabán? No se te ocurrirá leerlos.
- No, ¡qué va! 
-Ya me parecía a mí.
La vidriera envuelta en los harapos de Larsen pasaba por ser la materia con la que solía mercar. Dimos dos vueltas completas al rastro sin que se decidiera enseñarle a nadie la pieza robada. Ya tenía ganas de darle un sartenazo con uno de los que allí se vendían en los puestos de cacharrería cuando se paró donde los gitanos ricos.
- Hoy, ¿no has traído libros? -le dijo el patriarca.
- No. Hay que viajar más y leer menos -respondió el cínico trapero que no había salido de las mismas cuatro calles en su vida y nunca había visto el mar más que en la televisión.

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